viernes, 7 de enero de 2022

SHAKESPEARE EN EL CINE (por Felipe Cuesta Varela)

 SHAKESPEARE  EN  EL CINE

Cuando de una película se dice que es teatral, en general, se hace peyorativamente. No ocurre lo mismo si se la considera novelesca o poética, que son calificativos usados para alabar. La palabra teatral es así sinónimo de falso frente a la pretendida naturalidad que debería tener un filme. Desde luego el teatro y el cine son artes diferentes y cada uno tiene sus códigos propios. Si rodamos una representación teatral con una cámara quieta, como cuarta pared, podrá ser un gran espectáculo pero no cine. Este tiene su lenguaje (con su caligrafía y ortografía) y el director debe decidir el contenido del plano, si habrá contraplano, o los movimientos de cámara adecuados para lo que quiere expresar. Lo que se llama puesta en escena. Sin embargo, si entendemos lo teatral como la estilización de las palabras, unas formas en la decoración o en el vestuario, cierto carácter en los argumentos etc., tenemos ejemplos magníficos de cine teatral de Kurosawa a Mankiewicz o de Cuckor a Fellini.

Otro asunto es cómo se adapta una obra de teatro a la gran pantalla para que sea cine y al mismo tiempo reconocible su procedencia. O dicho de otra manera, cómo creamos algo nuevo sin traicionar al original. La historia del cine está llena de grandes aciertos y de grandes fracasos en este sentido.

Hay unanimidad en que el autor teatral por antonomasia es William Shakespeare y ha sido llevado al cine innumerables veces. Voy a hacer un breve comentario de algunas de estas adaptaciones guiado simplemente por mi memoria y gusto personal.


El primer nombre que aparece siempre que se habla de Shakespeare y el cine es Orson Welles, que realizó tres películas basadas en sus obras: Macbeth (1948) Othello (1952) y Campanadas a medianoche (1965). Las dos primeras no me parecen memorables pero la tercera. En ella adapta

varias obras del dramaturgo: Enrique IV, Enrique V, Las alegres comadres de


Windsor
etc., creando un filme de una sencillez y  sabiduría extraordinarias. La amistad entre el joven príncipe Enrique (que luego sería Enrique V) y Falstaff su mentor- corruptor y el posterior rechazo de éste cuando el primero llega a rey es la línea argumental que permite al director reflexionarsobre la amistad, el poder y el paso del tiempo. Obra maestra que revela además  un gran conocimiento de los temas y modos de Shakespeare y consigue –con un presupuesto bajísimo- momentos, como la muerte de Enrique IV o la última escena ante las murallas, de una solemnidad y emoción conmovedoras. Por otra        parte, en muchas de las películas de Welles hay presencia de Shakespeare o mejor dicho, de lo shakespeariano: el poder visto de una manera casi física, el amor malogrado, las motivaciones irracionales, la mezcla de lo sublime, lo cómico y lo zafio etc. y esto envuelto en una ambigüedad y en unas escenas de   una intensidad dramática sobrecogedora. Todo ello se puede observar, por ejemplo, en Ciudadano Kane (1941) o Sed de mal (1958).

La cuestión de lo shakesperiano en el cine que no adapta directamente obras del autor, es una derivación interesante, pues películas de muy distinto pelaje

desde Rocco y sus hermanos (1960) o la trilogía de El padrino (1972, 1974, 1990) a Kagemusha (1980) o Antes que el diablo sepa que hayas muerto (2007) participan de ello, pero sería motivo de otro artículo.


La tragedia Hamlet ha tenido tres adaptaciones brillantes. La primera la dirigió e interpretó Laurence Olivier en 1948 y es un magnífico ejemplo de cine teatral. Ayudado por unos bellos decorados, Olivier sirve un espectáculo con unos   encuadres medidos y elegantes a veces hasta suntuosos. Véase


por ejemplo el majestuoso plano del famoso to be or not to be…después de un fiero ascenso de la cámara por el torreón. Olivier era un hombre que venia del teatro donde se había especializado en Shakespeare y esa sabiduría se nota. Lo que es más sorprendente es que consiga una escritura cinematográfica de tanta calidad. Además de interpretar un curioso Otelo en un

    filme no dirigido por él -Otelo (1965)- dirigió e interpretó Enrique V (1946) y

Ricardo III (1955)

Dentro de la obra del Bardo de Avon, Ricardo III es una de las más difíciles de  por el público. Esta dificultad está muy bien expuesta en el documental de Al Pacino, Looking for Richard (1995) donde deconstruye la tragedia a medida que ensaya un montaje teatral de la misma. Olivier, en su filme, vuelve a realizar un buen ejemplo de cine-teatro con una puesta en escena inteligente y precisa, verbigracia el arranque de la película (antes del famoso el invierno de nuestro descontento se vuelve verano…) donde se describe a los personajes y sus relaciones de una manera magnífica y sobre todo muestra como el poder en Shakespeare no es algo abstracto, es físico, es una corona que se pone, que se quita, que se cae...


La segunda gran adaptación de Hamlet la hizo Franco Zeffirelli en Hamlet el honor de la venganza (1990). Con un casting sorprendente (Mel Gibson, Glenn Close…) que sin embargo cumple de manera brillante, dirige una versión que valora los escenarios y da relevancia y una intensidad extraordinaria a escenas como la representación de los cómicos o la conversación de Hamlet con su madre-con una planificación casi sexual- acusándola del crimen del Rey. Zeffirelli es un director de teatro y ópera que como realizador cinematográfico tiene poco interés salvo sus adaptaciones de Shakespeare: además de la comentada, también La mujer indomable (1967) y sobre todo Romeo y Julieta (1968). En esta ultima consigue un obra dinámica, juvenil, sensual y hermosísima con una puesta en escena en la que cada encuadre y sobre todo el movimiento de los actores en el mismo, es antológico como en la famosa

escena del balcón cuya cadencia tiene una delicadeza musical, o la entrada de Julieta en el baile, o las peleas entre Montescos y Capuletos o el final en la cripta…


Zeffirelli convierte a la obra en algo vivo auxiliado por unos magníficos decorados y fotografía, un exquisito vestuario y una extraordinaria banda sonora del gran Nino Rota. Creo que es la mejor adaptación que se ha hecho para el cine de una obra de Shakespeare.



El tercer Hamlet reseñable lo realizó Kenneth Branagh: Hamlet (1996). Branagh traslada la acción al siglo XIX y, a lo largo de más de cuatro horas, despliega una mirada sobre la tragedia del príncipe de Dinamarca impetuosa y pletórica de luz y color. El conjunto es irregular (sobre todo en el último tercio) pero es admirable el desparpajo y la vitalidad de su puesta en escena y la sensibilidad de algunos momentos, como el emocionante parlamento de la reina Gertrudis narrando la muerte de Ofelia. Esa misma vitalidad está presente en otras adaptaciones de Branagh: Mucho ruido y pocas nueces (1993) llena de energía y magia, Trabajos de amor perdidos (2000) fuego de artificio donde osa mezclar a Shakespeare con Cole Porter (¡!) con resultados no desdeñables (a pesar de ser una película maldita) y para su mejor

adaptación, su primera película, Enrique V (1989). En esta versión del clásico, muestra


la parte más humana de la obra, con una fuerza fuera de lo común. El discurso del Rey la víspera de la batalla de Agincourt o cuando el monarca carga con el cadáver del paje y recorre el campo de batalla, seguido de un visceral travelling con el fondo musical del Non nobis son inolvidables.


No podemos terminar este esquemático recorrido sin nombrar a Akira Kurosawa y sus personales adaptaciones de Shakespeare trasladando la acción al Japón feudal en las magistrales Trono de sangre (1957) (basada en Macbeth) y Ran (1985) (basada en El Rey Lear). Kurosawa opta


por una mirada solemne de las obras modificando aspectos argumentales (sobre todo en Ran) pero conservando su espíritu y con tratamientos visuales distintos: fotografía en blanco y negro brumosa para la primera muy acorde con la tragedia sombría que narra y una sorprendente en colores primarios, pictórica, para la segunda que produce una sensación apabullante en el espectador,

casi abstracta por excesiva.

Este año se estrenará una nueva versión de Macbeth: La tragedia de Macbeth (2021) de Joel Coen también en blanco y negro como las de Welles, y Kurosawa. Es curioso, pues la última vez que se llevó al cine la tragedia del rey de Escocia-y de manera estimable- fue hace poco, en el 2015, por Justin Kurzel en color (como la versión de Polansky del año 1971), lo que no hace más que corroborar la fascinación que siguen produciendo en los cineastas y en cualquiera, las obras de Shakespeare: su sabiduría, sus arquetipos, su embriagadora fuerza poética, su incomparable intensidad dramática, sus maravillosas frases que nunca se desgastan y siempre se reinterpretan etc. Porque como dice Javier Marias es “el clásico más vivo y el mayor inspirador para los creadores”

Felipe Cuesta

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