Amanece en España para
Massouda y Khadija.
IES FGB.
25-N. DÍA CONTRA A VIOLENCIA
DE GÉNERO.
CHARLA CONFERENCIA en el salón
parroquial de Lourdes con alumnos de 1ºBACH.
MERCÈ RIVAS TORRESPATRICIA GOSÁLVEZ. 29 AGO 2021.
ENTREVISTA OFRECIDA POR EL DIARIO “EL PAÍS”
PUEDES LEER MÁS DE LA ENTREVISTA EN INTERNET.
“Ahora
somos como hermanas”, dicen cinco días después Massouda Kohistani y Khadija
Amin en un bonito piso de una capital de provincia española. Tarima flotante,
terraza y cuatro habitaciones, dos libres, una de ellas con una cuna y un
paquete de pañales sobre la cama esperando a un bebé que aún no ha llegado del
infierno. Las nuevas hermanas han entrado a formar parte del sistema
nacional de acogida del Ministerio de Seguridad Social, Inclusión e
Inmigración, y la ONG Cepaim se encarga de
acomodarlas y de que estén seguras. La semana que viene empiezan sus clases de
español. Una psicóloga las visita cada día y las acompaña a una tienda de
móviles para comprar tarjetas telefónicas prepago o les enseña dónde está el
supermercado más cercano a la casa. “La pimienta aquí no pica nada, ¿no?”,
pregunta Khadija, más cocinillas, mientras plancha el vestido negro con el que
cruzó el fétido río que bordea el aeropuerto de Kabul.
Rota se vuelca con los
afganos que nunca conocerá
Los afganos temen el
hambre tanto como la inseguridad
Aquí
son inseparables, pero allí sus vidas eran muy distintas. Khadija, 28 años,
hija de una maestra y un mecánico, era hasta hace dos semanas una presentadora
ascendente en los informativos matinales de la televisión pública afgana. Por
la tarde acababa la carrera de Periodismo. Se casó a los 18, y después de seis
años y tres niños (uno de siete y dos gemelos de cuatro, de los que se ha
separado “por su seguridad”) su marido contrató una señora para cuidarlos y le
“permitió” desarrollar su sueño de tener además de familia, una carrera. Del
quinquenio talibán (1996-2001) recuerda que jugaba en
casa a disfrazarse con el burka de su madre.
Massouda,
huérfana de padre desde los cuatro, tenía 17 en 1998, cuando su familia huyó
del régimen talibán afgano cruzando a pie hasta Pakistán. En Peshawar vivieron
refugiados seis años: “Tejíamos alfombras, desde mi madre a mi sobrino de
cuatro años, todos tejíamos”. Por las noches aprendía el estupendo inglés que
maneja: “Solo tenía un cuadernito y un lápiz, intentaba memorizarlo todo para
no gastarlos”. De vuelta en Afganistán, se entregó a enseñar inglés como
voluntaria hasta granjearse el respeto de varias ONG internacionales que la
contrataron como consultora y activista de derechos humanos, especialmente los
de la mujer.
“Son heroínas” Tiene 40 años y es soltera, algo insólito en Afganistán: “Mantengo a una gran familia [son 17, entre hermanos y sobrinos y una madre enferma de 80 años], no me puedo permitir un marido que no me deje trabajar”. “La vida en Afganistán siempre ha sido difícil para las mujeres, hay una mentalidad muy machista, pero con los talibanes en el poder, será mucho peor”, dice. “Las mujeres afganas son heroínas”, añade Khadija.
La
periodista milenial y la curtida activista tienen algo fundamental en común:
“No sabemos estar calladas”, ríen ya relajadas en un local de Cepaim. “Llevamos
años hablando de lo que nos parece en público, denunciando injusticias,
trabajando para mejorar nuestro país, educándonos, teniendo relación con el
exterior, ¿cómo íbamos a permanecer ahora en silencio?”, cuestiona Massouda.
Cuando los talibanes tomaron Kabul, Khadija publicó en sus redes sociales cómo
se plantó ante su nuevo jefe talibán en la tele (desobedeciendo la orden de
quedarse en casa). “Si queréis que alguien crea que habéis cambiado, dejadme
seguir presentando las noticias”, le dijo. Él le contestó con desprecio que
tenían que pensarse si podía volver y, en todo caso, con burka.
“Los
metí en el horno, los rocié con aceite de cocinar y prendí fuego a mis queridos
libros”
Massouda, activista afgana