miércoles, 11 de mayo de 2022

TEATRO AMERICANO DEL SIGLO XX

 La popularidad que el teatro estadounidense tiene en todo el mundo se debe fundamentalmente al cine, que ha adaptado, y lo sigue haciendo, sus obras más importantes. A ello he contribuido que la dramaturgia americana, a diferencia de la europea, no se caracteriza por la experimentación o la vanguardia, y se presta bien a que el cine comercial use sus argumentos y diálogos.

 El padre del teatro americano contemporáneo es Eugene O’Neill (1888-1953). De su treintena de obras conozco media docena que reflejan bien sus temas y características. Uno de sus primeros éxitos fue Anna Christie (1922) en la que una mujer, que ha sido prostituta, oculta este hecho a su padre y al hombre del que se enamora. Drama ya algo olvidado que, sin embargo, durante décadas, toda actriz que se preciase deseaba interpretar (en cine lo hizo Greta Garbo). Aquí está el vendedor de hielo (1939) una obra que transcurre en el comedor-bar de una pensión en el que todos los personajes rumian sus frustraciones y deseos, y esperan que algo cambie sus vidas.

 Con cierto carácter simbólico, es fácil relacionarla con Hughie (1941), pieza más corta - casi un monólogo - y poco conocida, en la que un hombre pasa revista a su vida, contándosela a un empleado de hotel, y el espectador va descubriendo la soledad que esconde su verborrea. O’Neill escribió dos de sus más famosos libros influenciado por el teatro clásico: Deseo bajo los olmos (1924), donde actualiza el mito de Fedra, y A Electra le sienta bien el luto (1931) en la que, con este hermoso título, traslada la Orestiada de Esquilo a la Guerra Civil americana. Estructurada en forma de trilogía, igual que la tragedia griega, su enorme extensión hace que sus representaciones (y su adaptación fílmica) opten por la mutilación de escenas y lo que se gana en dinamismo suele perderse en reflexión y grandeza. Su obra maestra es Largo viaje hacia la noche (1941)

El drama de la familia Tyrone compuesta por un tiránico padre, actor alcohólico, su mujer morfinómana y sus dos hijos que, por instrucciones del autor, se estrenó veinticinco años después de haber sido escrita, es una obra de gran dureza que transcurre durante una tórrida tarde, a principios de siglo, donde los personajes se encuentran y desencuentran pero, sobre todo, no se comprenden ni ayudan. En la frase final, la madre, después de la devastación a la que hemos asistido, exclama rememorando su vida: …me enamoré y fui feliz… durante un tiempo. Un ejemplo de cómo una expresión sencilla, colocada adecuadamente, puede ser demoledora. La adaptación al cine que hizo Sidney Lumet es excelente y muy fiel, con una Katherine Hepburn extraordinaria. Tennessee Williams (1911-1983) es quizá el autor americano más popular gracias al cine. Sus barrocos títulos son muy conocidos: Un tranvía llamado deseo (1947), La rosa tatuada (1951), La gata sobre el tejado de zinc caliente (1955), De repente, el último verano (1958), Dulce pájaro de juventud (1959), La noche de la iguana (1961), etc. Llenos de personajes inadaptados, con sexualidades complejas y con secretos que desembocan en escenas explosivas y muy dinámicas, expuestas en un lenguaje muy estilizado y lírico, que resultan  hipnóticas para el lector/espectador.

 El cine ha contribuido a su mítica en las excelentes adaptaciones cinematográficas – aunque rebajadas de tono – que se han hecho de los mismos. Todo el mundo tiene en su cabeza, al pensar en las obras arriba citadas, a las parejas Marlon Brando - Vivien Leigh, Anna Magnani - Burt Lancaster, Paul Newman - Elizabeth Taylor, etc. Iconos imposibles de soslayar cuando se aborda una representación de cualquiera de ellas. Mi libro favorito de Williams es El zoo de cristal (1945), su primer gran éxito.


 Presenta a cuatro personajes: Amanda, mujer abandonada por su marido y que se ha convertido en una madre absorbente; sus hijos, Laura, discapacitada y tímida, y Tom, escritor frustrado; y el amigo de este último, Jim, del que Laura está enamorada y a la que él aprecia pero no ama. Drama de influencia chejoviana, sobre el abismo que separa nuestros deseos de la realidad, algo común a todo el teatro del autor, y sobre la decepción que esto conlleva (el momento en que Laura descubre que Jim no la quiere es sobrecogedor). El título alude a unas miniaturas de cristal que la joven colecciona y que son una bella metáfora de su fragilidad. La obra es más serena y sobria que los otros títulos citados, sin la afectación a la que Tennessee Williams fue proclive. El dramaturgo americano más importante del siglo XX es Arthur Miller (1915- 2005) y no soy nada original si digo que sus obras fundamentales son Todos eran mis hijos (1947), Muerte de un viajante (1949), Las brujas de Salem (1953) y Panorama desde el puente (1955). En la primera de ellas Joe Keller vive atormentado por haber proporcionado material defectuoso al ejército, lo que provocó la muerte de varios pilotos. Al mismo tiempo su hijo, también piloto, lleva años desaparecido en combate sin que su madre acepte su muerte…Como en todo Miller, es excelente la manera en que está entrelazada la tesis de la obra, el enriquecimiento inmoral y la cobardía, con la parte melodramática, en este caso, no asumir la muerte de un ser querido y cuenta además con una gran progresión dramática. 


Muerte de un viajante
creo que es el mejor drama del teatro americano. La tragedia de Willy Loman, el viajante fracasado, es una bofetada al sueño americano y a un sistema social deshumanizado que obliga a buscar ansiosamente el triunfo y en el que solo vales lo que produces, lo que aboca a las personas al desastre. Con una construcción teatral virtuosa, en que personajes del pasado se inmiscuyen en el presente, la tesis de la obra está perfectamente imbricada con el intimismo - relaciones de pareja, incapacidad de expresar los sentimientos etc. - y hacen de la misma una cima de la literatura del siglo XX. Las brujas de Salem está claramente influenciada por la biografía de Miller que, acusado de comunista, durante la Caza de Brujas en los años cincuenta, se negó a delatar a escritores con simpatías izquierdistas. En la obra se narran los sucesos que acaecieron en Salem a finales del siglo XVII cuando una comunidad puritana se ve sacudida por acusaciones de brujería que ocultaban toda suerte de intereses. En ella, el autor demuestra cómo un drama de interpretación cerrada y con vocación pedagógica puede ser una obra maestra, y su visión o lectura debería formar parte de todos los sistemas educativos. En Panorama desde el puente nos habla del problema de la inmigración ilegal y de la pasión de un hombre por la sobrina de su mujer que vive con ellos. Estos dos temas sirven al dramaturgo para tratar el eterno conflicto entre la legalidad y la moralidad. 

El sucesor de los tres autores anteriores sería Edward Albee (1928-2016). Con un gran talento para el dialogo afilado, intentó trasladar a América algunos de los modos del teatro del absurdo europeo. Su fama mundial se debe a la obra ¿Quién teme a Virginia Woolf? (1962).


Drama que transcurre en una noche en que un matrimonio se destroza verbalmente ante la mirada de otra pareja invitada. El magnetismo de sus personajes, la furia de sus discusiones y su ambigüedad (¿están jugando?), la audacia del lenguaje (la primera frase que se oye es una blasfemia) etc, han hecho que se represente continuamente y constituya ya un clásico. A su popularidad contribuyó decisivamente la inolvidable adaptación cinematográfica con unos pletóricos Richard Burton y Liz Taylor. El resto de su producción no carece de interés: La historia del zoo (1958) sobre la necesidad de ser escuchado y con influencias del teatro de Ionesco o Becket; Un delicado equilibrio (1966), que narra las tensiones de una familia actuando como detonante una pareja vecina que se instala en su casa presa de un terror inespecífico; Tres mujeres altas (1991), espléndido texto que nos presenta a tres mujeres que, al final, son la misma persona en diferentes etapas de la vida, y la impresionante La cabra (2002) en la que un hombre engaña a su mujer con una cabra de la que se ha enamorado (¡!). Que al protagonista no le gusten las cabras (no es un zoófilo) sino una cabra, le da a la función un carácter corrosivo que llena de desasosiego al espectador. Otro autor importante es William Inge (1913-1973). Lamentablemente su obra no está traducida al castellano y ha sido poco representada en España, por lo que el conocimiento que tengo de ella es gracias al cine que ha adaptado sus dramas fundamentales: Vuelve pequeña Sheba (1950), Picnic (1953) y Bus stop (1955). En las películas correspondientes, se percibe una gran capacidad para describir a personajes frustrados que buscan su salvación en la aparición de alguien en sus vidas. Curiosamente, una de las obras más popular de Inge fue el guion que escribió para el cine de la famosa Esplendor en la hierba (1961). También, gracias al cine, conocemos la obra de Neil Simon (1927-2018), autor muy popular en Estados Unidos. Sin el talento de todos los anteriores y, mucho menos, sus cargas de profundidad (su teatro no tiene esas pretensiones) demuestra, sin embargo, facilidad para diálogos elegantes y agradables como se puede ver en las películas basadas en sus obras (que adaptó él mismo), por ejemplo: Descalzos por el parque (1963), La extraña pareja (1965), La pareja chiflada (1972), California Suite (1975) o la sensible Perdidos en Yonkers (1991)

 


La influencia de O’Neill, Williams y Miller se ve en magníficas obras de los últimos tiempos: Glengarry Glen Roses (1984) de David Mamet, en la que los empleados de una inmobiliaria compiten entre sí por ser el mejor vendedor, en lo que sería otra vuelta de tuerca a Muerte de un viajante; o Fences (1985) de August Wilson, en la que un matrimonio de afroamericanos, en los años cincuenta, viven desencuentros que tienen sus raíces en el pasado, con resonancias de Tennessee Williams; o Agosto. Condado de Osage (2007) de Tracy Letts, donde la familia de los Weston se reúne, en un caluroso agosto, con motivo de la muerte del padre, para vivir una larga jornada hacia…la soledad con ecos de O`Neill. Las tres (cómo no) han sido llevadas a la pantalla. También se ha adaptado al cine la inclasificable Seis grados de separación (1989) de John Guare que trata sobre las relaciones entre clases sociales, el racismo, el arte, la falta de auténtica libertad…mezclando, comedia y drama con una perfecta construcción teatral. Como ya he dicho, la mayoría del teatro americano se ha popularizado gracias al cine. Sin embargo, las diferencias entre los filmes y las obras escritas pueden ser notables, bien por la censura, o bien por el interés en suavizar o eliminar aspectos considerados pocos comerciales, ya que el cine es muy dependiente de la taquilla. Por lo que la lectura y posterior visión de los filmes puede ser un interesante motivo de reflexión sobre las decisiones de puesta en
 escena que han tomado los directores, pero eso sería materia de otro artículo.

                       FELIPE CUESTA VARELA 

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