viernes, 28 de enero de 2022
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viernes, 7 de enero de 2022
SHAKESPEARE EN EL CINE (por Felipe Cuesta Varela)
SHAKESPEARE EN EL CINE
Cuando de una película
se dice que es teatral,
en general, se hace peyorativamente. No ocurre lo mismo si se
la considera novelesca o poética, que son calificativos usados para alabar.
La palabra teatral es así sinónimo de falso
frente a la pretendida naturalidad que debería tener un filme. Desde luego el teatro y el cine son artes diferentes y
cada uno tiene sus códigos propios. Si rodamos
una representación teatral con una cámara quieta, como cuarta pared, podrá ser un gran espectáculo pero no
cine. Este tiene su lenguaje (con su caligrafía
y ortografía) y el director debe decidir el contenido del plano, si habrá contraplano, o los movimientos de cámara adecuados
para lo que quiere expresar. Lo que se llama puesta en escena.
Sin embargo, si entendemos lo teatral como la estilización de las palabras, unas formas en la decoración o en el vestuario,
cierto carácter en los argumentos etc., tenemos ejemplos magníficos de cine
teatral de Kurosawa a Mankiewicz
o de Cuckor a Fellini.
Otro asunto es
cómo se adapta una obra de teatro a la gran pantalla para que sea cine y al mismo tiempo reconocible su procedencia. O dicho de otra manera,
cómo creamos algo nuevo sin traicionar al original. La historia del cine está llena de grandes
aciertos y de grandes fracasos en este sentido.
Hay unanimidad en que el autor teatral
por antonomasia es William Shakespeare y ha sido llevado al cine innumerables veces. Voy a hacer un breve comentario de algunas de estas adaptaciones guiado simplemente por mi memoria
y gusto personal.
El primer nombre que aparece
siempre que se habla de Shakespeare y el cine es Orson Welles, que realizó tres películas
basadas en sus obras: Macbeth (1948) Othello
(1952) y Campanadas a medianoche (1965). Las dos
primeras no me parecen memorables pero sí la tercera. En ella adapta
varias obras del dramaturgo: Enrique IV, Enrique V, Las alegres comadres de
Windsor etc., creando un filme de una sencillez y sabiduría extraordinarias. La amistad entre el joven príncipe Enrique (que luego sería Enrique V) y Falstaff su mentor- corruptor y el posterior rechazo de éste cuando el primero llega a rey es la línea argumental que permite al director reflexionarsobre la amistad, el poder y el paso del tiempo. Obra maestra que revela además un gran conocimiento de los temas y modos de Shakespeare y consigue –con un presupuesto bajísimo- momentos, como la muerte de Enrique IV o la última escena ante las murallas, de una solemnidad y emoción conmovedoras. Por otra parte, en muchas de las películas de Welles hay presencia de Shakespeare o mejor dicho, de lo shakespeariano: el poder visto de una manera casi física, el amor malogrado, las motivaciones irracionales, la mezcla de lo sublime, lo cómico y lo zafio etc. y esto envuelto en una ambigüedad y en unas escenas de una intensidad dramática sobrecogedora. Todo ello se puede observar, por ejemplo, en Ciudadano Kane (1941) o Sed de mal (1958).
La cuestión de lo
shakesperiano en el cine que no adapta directamente obras del autor, es una derivación interesante, pues películas
de muy distinto pelaje
desde
Rocco y
sus hermanos (1960) o la trilogía de El padrino (1972, 1974, 1990) a Kagemusha (1980) o Antes que el diablo sepa
que hayas muerto (2007) participan de ello, pero sería motivo de otro artículo.
por ejemplo el majestuoso plano del famoso to be or not to be…después de un fiero ascenso de la cámara por el torreón. Olivier era un hombre que venia del teatro donde se había especializado en Shakespeare y esa sabiduría se nota. Lo que es más sorprendente es que consiga una escritura cinematográfica de tanta calidad. Además de interpretar un curioso Otelo en un
filme no dirigido por él -Otelo (1965)- dirigió e interpretó Enrique V (1946) y
Ricardo III (1955)
Dentro de la obra del Bardo de Avon,
Ricardo III es una de las más difíciles
de por el público.
Esta dificultad está muy bien expuesta en el documental de Al Pacino,
Looking for Richard
(1995) donde deconstruye la tragedia a medida que ensaya un montaje teatral
de la misma. Olivier, en su filme,
vuelve a realizar
un buen ejemplo de cine-teatro con una puesta en escena inteligente y
precisa, verbigracia el arranque de
la película (antes del famoso el
invierno de nuestro descontento se
vuelve verano…) donde se describe a los personajes y sus relaciones de una manera magnífica y sobre
todo muestra como el poder en Shakespeare
no es algo abstracto, es físico, es una corona que se pone, que se quita,
que se cae...
escena del balcón cuya cadencia tiene una delicadeza musical, o la entrada de Julieta en el baile, o las peleas entre Montescos y Capuletos o el final en la cripta…
Zeffirelli convierte a la obra en algo vivo auxiliado por unos magníficos decorados y fotografía, un exquisito vestuario y una extraordinaria banda sonora del gran Nino Rota. Creo que es la mejor adaptación que se ha hecho para el cine de una obra de Shakespeare.
adaptación, su primera película, Enrique V (1989). En esta versión del clásico, muestra
la parte más humana de la obra, con una fuerza fuera de lo común. El discurso del Rey la víspera de la batalla de Agincourt o cuando el monarca carga con el cadáver del paje y recorre el campo de batalla, seguido de un visceral travelling con el fondo musical del Non nobis son inolvidables.
por una mirada solemne de las obras modificando aspectos argumentales (sobre todo en Ran) pero conservando su espíritu y con tratamientos visuales distintos: fotografía en blanco y negro brumosa para la primera muy acorde con la tragedia sombría que narra y una sorprendente en colores primarios, pictórica, para la segunda que produce una sensación apabullante en el espectador,
casi abstracta por excesiva.
Este año se estrenará
una nueva versión
de Macbeth: La tragedia de Macbeth (2021)
de Joel Coen también en blanco y negro como las de Welles, y Kurosawa. Es curioso, pues la última
vez que se llevó al cine la tragedia del rey de Escocia-y de manera estimable- fue hace poco, en el 2015, por Justin Kurzel en color (como la versión de Polansky
del año 1971), lo que no hace más que corroborar la fascinación que siguen produciendo en los cineastas
y en cualquiera, las obras de Shakespeare: su sabiduría, sus arquetipos, su embriagadora fuerza poética, su incomparable intensidad dramática, sus maravillosas frases que nunca se desgastan
y siempre se reinterpretan etc. Porque
como dice Javier Marias es “el clásico más vivo y el mayor
inspirador para los creadores”
Felipe Cuesta