En una hipotética y absurda votación sobre cuál sería la mejor novela española,
la ganadora por unanimidad estaría clara: El Quijote. Es
bien sabido que con la obra
de
Cervantes nace la novela moderna y al mismo tiempo alcanza su cenit.
El libro que ocuparía el segundo lugar también estaría claro: La Regenta. La monumental y audaz novela de Clarín con uno de los
finales más devastadores para
un
personaje de la historia de la literatura.
¿Qué novela ocuparía el tercer lugar? Aquí habría más discusiones y bailarían
títulos como La colmena, Tiempo de silencio, Volverás a Región o Últimas tardes
con
Teresa pero
desde luego en esta lista figuraría Fortunata y Jacinta.
Este año se cumple el
centenario de la muerte de Benito Pérez
Galdós. Con este motivo ha habido
numerosas,
y
jugosas, discusiones
en
la prensa sobre su calidad como escritor,
su vigencia, etc.,
en las que, con buenos argumentos,
desde
Almudena Grandes a
Javier Cercas, de Muñoz
Molina
a
J
avier
Marías
han
tomado postura; lo
cual, bien mirado, habla en
favor de su actualidad
como
escritor, o al menos como cronista de una época.
Voy a hacer un
modesto comentario sobre Fortunata y
Jacinta resaltando los aspectos que me parecen más loables de la obra. Creo que comentar una novela para criticarla es
algo estéril y
me
parece más interesante expresar los motivos
que provocan la admiración de un libro y a ser posible debatirlos con los que lo hayan leído o estimular a que lo lean los que no lo hayan hecho.
Evidentemente Fortunata y Jacinta no es una novela perfecta. Tiene un
defecto bastante obvio: la interrupción del hilo dramático en
algún momento para
contarnos lo que ocurría políticamente en el lamentable siglo XIX español. Esta es una característica de muchas novelas decimonónicas por
ejemplo, Los miserables hablando del alcantarillado parisino o Guerra y Paz
hablando de las batallas napoleónicas, pero es verdad que Victor Hugo o Tolstoi relataban esos
interludios con más personalidad. Y para mí hay otro defecto: demasiado casticismo en los personajes (aunque esto es la manifestación
de un gusto propio).
Sin embargo, las virtudes de la
obra
superan con
mucho a sus deficiencias. Comentemos algunas.
Fortunata y Jacinta se publica en 1887, y
como
las novelas de Balzac o de Dickens crea un auténtico universo en el que hay una visión más compleja de lo que pueda parecer de las clases sociales, la política, la cultura o la religión y sus
derivaciones como la caridad (véase por ejemplo el personaje de la beata y humanitaria Guillermina descrito de una forma admirable y nada unidimensional).
Por
supuesto la mirada de Galdós sobre estos temas es progresista en el mismo sentido que la de Dickens: es la descripción melodramática la que produce en el lector la reflexión.
Por
eso
no me parece que la novela sea discursiva, como
alguno de sus críticos argumentan, al
menos no más discursiva que las de Dickens o Victor
Hugo.
Fortunata y Jacinta es, también, la gran novela de Madrid de la misma forma que
Londres está en las de Dickens, Moscú y San Petesburgo en las de Tolstoi y Dostoyevsky o París en las de Victor Hugo. La cava de San Miguel, la plaza de Pontejos, ChamberCuatro Caminos, San Francisco el Grande. Yo tuve la suerte
de leer la novela viviendo en la capital y era un entreteniemiento gozoso recorrer los caminos y las calles por las que deambulaban los personajes de la misma.
Desde luego, la galería de tipos del
libro es
extraordinaria. Voy a hablar brevemente de los cuatro más importantes, pero
indicando que de Mauricia la Dura
a Guillermina, de Doña Lupe
a Evaristo Feijoo o los
padres de Juanito Santa Cruz, la caracterización
de
los mismos
es excepcional y no tiene nada que
envidiar a los cosmos creados por los autores del siglo XIX que ya hemos citado.
Maximiliano Rubín: Maxi es un hombre débil, enfermizo y trastornado
psicológicamente con el que se casa Fortunata,
pero al que, por supuesto, no ama. Nos lo describen como un hombre
de
pocas luces, obsesionado por su
mujer y que termina enajenado. Con este personaje Galdós crea uno de los
mejores capítulos de la novela y que más permanece en el recuerdo de quien la lee. Me refiero a cuando en un largo monólogo interior - no exento de cierto humor
pues
al personaje se le considera idiota - descubre por deducción lógica
el
paradero de Fortunata que se le oculta. También el autor decide que sea Maxi
quien diga la
última palabra
de
la historia con una declaración alocada pero emocionante sobre Fortunata a la que él, con todos sus condicionantes, sí quiso.
Juanito Santa Cruz: el marido de Jacinta y amante de Fortunata. Es presentado
como
un hombre atractivo físicamente, inmaduro y
egoísta y muy relacionado
con
el mito de Don Juan. Alrededor de él se mueven las dos protagonistas, a las
que maneja
prácticamente a su antojo. Galdós muestra
a Juanito como un
hombre tóxico y un nexo de unión venenoso de las dos mujeres. En este sentido
la novela es original
pues libros como Ana Karenina, Madame Bovary o La Regenta, que tratan también el adulterio (¿qué sería de la novela del
siglo XIX sin el adulterio?) tienen una visión más misógina. Es más, es difícil ver a
Fortunata como una
mujer adúltera, y sin embargo Santa Cruz es un hombre detestable no solo por su deslealtad sino por su falta de compromiso y de generosidad afectiva, es decir su inmoralidad.
Jacinta: La mujer de Juanito Santa Cruz. Típica burguesa de la época en este caso obsesionada por la maternidad pues
es
estéril. Pienso que con Jacinta los
lectores de la novela siempre son injustos ante la presencia arrolladora de Fortunata. Y, sin embargo, es un personaje vivo que evoluciona del odio a
su rival a cierta comprensión dándose cuenta al final que el enemigo es su marido. Y, después de quedarse con el hijo de su competidora en una hermosa escena
llena de solidaridad subterránea entre las dos mujeres, pega un portazo a su
esposo no dejándole entrar en su habitación e independizándose emocionalmente de él (“nada de lo que hagas puede hacerme daño”). No es el
portazo que había dado Nora en Casa de muñecas de Ibsen diez
años
antes pero tiene su grandeza.
Fortunata: La heroína de la novela. Mujer bella, sincera y sin dobleces. Más que enamorada de Santa Cruz está apasionada del mismo. Fortunata es manipulada
por
una sociedad en nombre de unos principios que para su carácter terrenal son
demasiado abstractos
y a
la que responde con torpeza pero vitalidad. Por eso
su final produce una honda tristeza en el lector. Nuestra protagonista no es
un personaje feminista (creo que ni tan siquiera progresista), es demasiado primaria, (creo que ni tan siquiera, progresista) -en el buen sentido de la palabra-pero la mirada de Galdós, como he dicho antes, sobre la historia de la mujer sí lo es.
Fortunata y Jacinta casi
ciento cincuenta años después
de
su escritura sigue siendo un magnífico ejemplo de la difícil mezcla que consiguió la literatura - concretamente la novela - en el siglo XIX entre calidad literaria y arte popular y
no
palidece ante las grandes obras
del siglo de la novela.
FELIPE CUESTA