Este micororrelato fue escrito durante la salida al taller de "¿Cómo dice te quiero un creador?", con nuestra profesora Ana Isabel de lengua y literatura.
'He vuelto al viejo caserón, lo he encontrado tal y como me dijo mi padre. No me atrevo a entrar. Fuera de la casa está todo nevado, cubierto de blanco completamente, los árboles del jardín están cubiertos de nieve y sus troncos están congelados.
Mi padre me contó que este fue su hogar durante sus ocho primeros años de vida. Aquí, pasó su infancia con su hermana y mis abuelos. Por las noches, se sentaban juntos frente a la hoguera y se contaban historias entre ellos. A todos les encantaba pasar ratos en familia. Pero la casa se quedó vacía cuándo mi abuelo falleció; según me contó mi padre, la casa se quedó sin alegría, ya no se escuchaban las risas, sólo los llantos y los largos silencios cuándo se encontraban en la mesa. Al cabo de un mes, mi abuela decidió abandonar aquella casa, aquella que tantos recuerdos le traía.
He bajado al sótano y he encontrado un viejo baúl, repleto de polvo. Lo he abierto y he cogido un álbum de fotos en las cuáles se ve a una familia feliz, pasando buenos ratos. Mi padre nunca me contó como murió mi abuelo, así que decidí investigar y descubrí una carpeta con documentos, o al menos, de eso creía que se trataba. De repente me sobresalto, y oigo un ruido en la planta de arriba. Me dirijo hacia las escaleras, y mientras las subo escucho el ruido que provocan mis pisadas. Tengo la sensación de estar notando una presencia cerca de mí, pero yo no consigo ver a nadie. De repente, escucho una voz que me llama, en un tono de susurro. No sé por qué, se me pasa por la cabeza que puede ser el espíritu de mi abuelo. No, no puede ser, me digo a mí misma. El ruido procede de la habitación de mis abuelos, me adentro en ella y veo que la ventana está abierta. Me acerco a cerrarla y al darme la vuelta veo a mi abuelo, estaba muy feliz jugando con mi padre. Todo se encontraba igual, pero la casa no estaba tan sombría como antes. Sobre el escritorio de mi abuelo se encontraba una espada, le encantaba coleccionarlas. Mi padre fue corriendo a cogerla, y al darse la vuelta y por accidente, le clavó la espada a mi abuelo.
Ahora entiendo por qué mi padre nunca me habló de ello. Ha sido un momento horrible para mí y sólo quiero salir de aquí, pero la presencia de mi padre me descubre y bajo corriendo para esconderme en el sótano. Cando la puerta. Fui a coger la famosa carpeta y me senté sobre el baúl. Era un diario, perteneciente a mi padre, dónde en la última página mi padre cuenta todo lo ocurrido aquella fatídica noche.
Ahora, que sé la verdad, me siento liberada, y debo hablar con mi padre, para hacerle comprender que él no es el culpable y así poder ser felices todos juntos de nuevo.'
Lucía Vegas Cubas 4°A.
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