Publicamos aquí un interesante relato de María Valdunciel que por diversas circunstancias no salió en el número 13 de ACTIVA-T.
UN PEQUEÑO ACCIDENTE
Hacía ya varios años que vivía en el convento dirigido por Fray Mateo. Él nos ilustraba con las enseñanzas de Dios y nos mostraba cómo ser un buen copista. Según él, para que el texto quedara bien era necesario ser una persona ordenada, limpia y perfeccionista.
Como todas las mañanas, me levanté temprano y, tras ayudar en el huerto a varios frailes, me dirigí a la clase que, muy amablemente, nos daba Fray Mateo cada mañana. Fue uno de los episodios más vergonzosos de mi vida, mas todo comenzó de la manera que lo hacía siempre.
Nos disponíamos a copiar un libro sobre las múltiples teorías de Aristóteles, cuando Fray Mateo dejó su acostumbrado lugar de lectura para pasar a ver nuestros trabajos. Recuerdo que me llamó especialmente la atención su hábito limpio; ni una sola mancha ensuciaba su color marrón oscuro.
Paseó por entre nosotros y se fue acercando poco a poco a mí. Me puse tan nervioso porque viera que había progresado, que comencé a querer copiar más deprisa. Cuanto más se acercaba él, más nervioso me ponía yo. Así que cuando noté sus pasos a mi espalda me di la vuelta haciéndome el sorprendido y exclamé:
– ¡Fray Mateo!
Él fue a decir algo, pero se dio cuenta entonces de que una enorme mancha de tinta ensuciaba su hábito. Había sido yo. Al darme la vuelta con la pluma en una mano y el tintero en otra no había conseguido otra cosa que volcar éste último y salpicar a mi profesor.
Me sentí muy mal, pues yo admiraba mucho a Fray Mateo, y el resto de frailes contenían la risa. Sin embargo, él no tardó demasiado en consolarme diciendo burlonamente que el mejor escribano hace un borrón, que el hábito no hace al monje y otras cosas que mostraban a las claras su sabiduría. Él debía de saberlo de muy buena tinta.
María Valdunciel
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