Relato gótico
¿Sueños?
Me
encontré en un gran corredor, profundo, oscuro, que parecía no tener fin. No sabía por qué estaba corriendo así que
paré un segundo a recobrar el aliento y, lo vi. No sabía qué era, no parecía
tener silueta, pero podía sentirlo. Podía sentir cómo engullía toda la luz y
cómo convertía todo en oscuridad. Eché a correr de nuevo. No sabía dónde ir, ya
que el pasillo no parecía acabar. Solo sabía que tenía que escapar de aquella
cosa.
Comencé
a marearme del cansancio y pronto tropecé con mi propio camisón. Caí
desfallecida en el suelo, paralizada y, antes de que aquella cosa tocara la
punta de los dedos de mis pies, desperté.
Desperté
entre gritos y sudores, sin poder moverme, sólo aterrorizada. Rosie, mi
doncella, entró en mi alcoba y vino rauda junto a mí. Comenzó a tranquilizarme y, con su aguda voz, cantó la
canción que mi madre me cantaba cuando era pequeña. Después de darme una
tisana, Rosie se fue de mi alcoba. Encendí las velas del candelabro que había
junto a mi cama. Me senté frente al espejo y comencé a cepillarme el pelo. Miré
mi reflejo. Mediana estatura, piel blanca como la nieve, pelo negro como el
hollín, ojos azules como el mar y… un camisón roto. Reparé en que mi camisón
estaba roto exactamente en el mismo sitio donde había tropezado en mi sueño.
Parecía desgarrado. Pero eso no tenía ninguna lógica, todo había sido un sueño,
¿no? Decidí dejarlo y preguntar a Rosie por la mañana. La campana dio las doce,
medianoche. El cielo comenzó a oscurecerse, el viento se levantó haciendo silbar
a las ventanas de mi alcoba y apagando las velas del candelabro. Escuché un
grito. Me asomé al balcón y… ahí estaba. La oscuridad que, como la niebla,
había bajado del cielo. Se abría paso por los laberínticos jardines e iba
dejando un rastro de muerte y dolor a su paso. No emitía ningún sonido al
avanzar. Solo se escuchaba una respiración, un jadeo. Irrumpió en el palacio
rompiendo las puertas y… silencio. Pasaron varios minutos hasta que, a medida
que recorría el palacio, se oían gritos y chapoteos de sangre. Avanzaba hacia
mi alcoba así que salí, recorrí cada pasillo hasta que llegué al salón de baile
y allí me lo encontré. Todo estaba oscuro y solo se veían un par de destellos
blancos. Eran dos ojos. Dos ojos que me atravesaban y me deseaban. Empecé a encontrarme
cansada y caí al suelo desorientada. Inmóvil, oí una voz. Una profunda voz que
decía “ven, ven, ven…” como en un susurro. Una espesa niebla negra me rodeó
lentamente. Apareció ante mí una figura, una figura de hombre, una figura
humana. Se acercó a mí y, sin expresión alguna en su cara, comenzó a reír cual
degenerado. Se acercó aún más. Me tocó el pecho. Comencé a retorcerme en el
suelo, a expulsar espuma por la boca y, entre dolor, delirios, risas profundas
y oscuridad, noté cómo el alma se escapaba de mi cuerpo y, allí, perecí.
Raúl
Casillas Vacas
4º ESO B
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