Carta a un maltratador
Imagino que este título no te deja indiferente. Y
podrá influirte de maneras diversas. Tantas como personalidades
adoptes. Para eso siempre has tenido un don. Parecido a los camaleones,
que cambian su color dependiendo de lo que mejor les convenga en cada
ocasión. Puede que te sorprenda, que te ofenda o simplemente, que no
creas que va contigo. La mente es muy sabia y el ser humano muy listo
para engañarla cuando interesa. Y lo que no se quiere aceptar se
convierte en algo que no ha ocurrido jamás. Puede que te haga sentir
débil, un incomprendido en tu mundo, el ser que nadie quiere… Tus
lágrimas, desde una mirada extraña, pueden significar pena. Mas tú sabes
que es una de tus mejores armas. La pena, que los demás te compadezcan
para que hagan tu voluntad. Puede que incluso también te haga sentir más
fuerte. Alguien superior y que para colmo seas tú el que te apiades de
mí. “Pobre chica, que sufre locuras, que arremete contra lo que se le
ofrece por su bien”. Mucho más sabiendo que si no fuera por alguien así,
nadie más la trataría ni bien ni mal. Pues no es digna de darle un
papel importante en la sociedad. “Si no fuera por mí…”. Creías.
De una forma u otra, te das por aludido. Aunque debes saber que en el mismo instante en el que se termina de leer esa frase, incluso antes, alguna de sus palabras, ya habían caducado. Ya que el “mí” forma parte del pasado. Hace mucho tiempo que dejó de serlo. Ya no formas parte de mi vida, ni yo de la tuya. Ya no puedes considerarte mío, ni yo tuya. No hay posesivos entre tú y yo. En todo caso, te has convertido en un prefijo: ex -. Y ya, ni eso. No eres nada ni nadie.
Y sí, es posible que presientas rabia y resentimiento en mis palabras. Incluso odio. Sea lo que sea, no son sentimientos positivos. Pero tengo derecho y razones para sentirme así. Y también forman parte de mi verdad. Y aunque siempre seguirán siéndolo, todos esos pensamientos poco a poco desaparecerán. Y tú, con ellos. Dejarás de ser algo; a ser una mierda, de eso; a la indiferencia y a continuación, nada. Serás como una mancha en un papel: con la distancia necesaria solo conseguiré ver un punto. Incluso llegará un momento en que ya no lo vea, solo lo intuya por el recuerdo, difuso pero real. Y cuando deje de intuirte, habrás desaparecido del todo. Solo habrá un cuaderno en blanco. En el que yo podré escribir y dibujar a mi antojo. Y colorear como me venga en gana. Que sepas que ese es un camino al que estoy por llegar. Todo a su debido tiempo. Cada vez queda menos.
Tiempo… esa es una de las palabras, que cuando te dejé más me repetía. Tiempo y más tiempo… Todo el que te dediqué. El que en ocasiones te regalaba. El que siempre, sin darme del todo cuenta, me arrebatabas. Pero que hoy, soy consciente, jamás compartimos. Porque compartir es otra cosa.
En los últimos años me he dado cuenta de que durante el tiempo que estuve contigo tú y yo no compartimos nada. Los dos estábamos en una balanza, en la que tú te sentías ligero y poderoso arriba, seguro de ver el mundo a tus pies. Y yo me quedaba abajo, cada vez más pequeña, haciendo cada vez más esfuerzos por estar a tu mismo nivel. Aunque eso era imposible. No conseguía subir a causa del peso que acarreaba a mis espaldas. Todo mi cuerpo y mi mente se llenó de ti. De tus alegrías, de tus deseos, de tus necesidades, de tu tiempo, de tu vida, de cada parte de tu cuerpo, de tu casa, de tu familia, de tus ganas, de tus pensamientos, de tus inseguridades, de tus angustias, de tus locuras, tus responsabilidades, de tu egoísmo, de tus mentiras, de tu malquerer, de tu falso amor… De tus insultos, tus humillaciones, el seguirme y perseguirme allá donde fuera, tus empujones, tus golpes, tus moratones escondidos, de violaciones a mí intimidad, de las mentiras que yo misma me creía, de las miles de lágrimas derramadas que luego guardaba para no dejar señales aparentes, de todo lo que callaba, de mi propia voz en grito silenciada hasta no poder salir. Me llené de tristeza, de angustia, de dolor, de odio, de asco, de miedos, de vergüenzas, de una inmensa soledad… Incluso estando rodeada de personas que me quieren incondicionalmente. Hasta llegar al punto de no haber ni un solo espacio para mi propia persona y dejé de ser yo misma. Aunque en ocasiones encontraba un resquicio para liberarme de ti y conseguía por unos minutos volver a ser yo y dar voz a mi garganta, después volvía a caer. Me había convertido en algo tan débil, me quedaban tan pocas fuerzas, que no era capaz de verme, ni oírme, ni sentirme. Ya ni siquiera me pertenecía.
Llegué a pensar que no saldría nunca de la espiral en la que me había metido por ti. Por quererte, por haberme dejado llevar por todo lo que había aprendido inconscientemente en mi infancia.
Cuántas veces, años antes de conocerte, me prometí a mí misma que nunca cometería los errores que había cometido mi madre. Y me creí suficientemente fuerte e inteligente para no acabar en las garras de un hombre como tú. Si de algo podía presumir era de malas experiencias que no quería volver a vivir. Que no quería en mi futuro, en mi propia vida.
No llegamos a ser conscientes de todas las cosas que podemos llegar a aprender de niños/as, hasta que nos hacemos mayores. Yo aprendí sin querer a valorarme y observarme a través de los ojos de los demás, a pensar más en los demás que en mí misma, a cuidar de otra persona a cualquier precio, a responsabilizarme de lo bueno y lo malo de las personas que había a mi alrededor y de todo lo que les ocurría, a resignarme ante un destino que no me pertenece, a justificar lo injustificable, a olvidar lo imperdonable, a callar, a obedecer incondicionalmente, a no pedir ayuda…
Pero es cierto que todo llega a su fin. Y un día ocurre algo que te supera de tal manera que no tienes más remedio que salir huyendo como sea. Y no es fácil, pero es en ese momento, todo el dolor te abre una puerta de salida. Yo tuve la suerte, de conseguir abrirla. Cuando salí, me sentí desorientada y aún sentía miedo. No quería poner nombre a lo que me había ocurrido, pero sí estaba segura de que no quería volver a subir a ese coche. Ni a tomar los mismos caminos de siempre. Ni dejar entrar en mi casa ni en mi vida a la persona que acababa de dejar detrás de mí.
Pensé que sería todo más sencillo. Solo quería olvidar y seguir adelante. Todo podría continuar siendo un secreto para el resto del mundo. Por los dos, pues en ese momento, aun me compadecía de ti y además me sentía responsable y culpable de lo que te pudiera pasar.
Qué idiota…
La realidad es que llega el momento en que cada uno debe pagar las consecuencias de sus propios actos y errores. Y poner las verdades sobre la mesa, por muy duras que sean. Y asumir lo que cada uno es. En mi caso, una mujer maltratada y en el tuyo, un maltratador. Evidentemente, lo mío, no es un delito. Lo tuyo, sí. Y es por eso que para defender mis derechos, mi dignidad y sobretodo a mí misma como mujer y como persona denuncié unos hechos, de los cuales, únicamente tú, debías hacerte responsable y pagar sus consecuencias.
Pasar por un juicio para mí tampoco fue nada fácil. Tener que recordar los malos momentos que viví a tu lado, nuestro último día juntos, lo que pasó, explicarlo ante personas que no conozco, ante tu familia y mi tía. El tener que volver a vivir que me humillaran y desacreditaran públicamente sintiendo tu presencia al lado, fue demasiado duro. Pero gracias a todo ese desagradable proceso hoy estoy lejos de ti. Hoy mi verdad es la verdad. Hoy soy quien quiero ser, tengo la vida por la que tantos años he luchado y he conseguido ser feliz.
Y tú, por más que quieras olvidar, negar lo que hiciste y evitar, a toda costa, tu propia condena, lo único que te queda es aceptarlo, asumirlo y hacerte responsable del daño que has hecho a muchas personas. Es por eso que ahora has recibido tu castigo. Porque con la vida y la integridad de otras personas no se juega. Porque no se hiere a las personas que de verdad quieres.
Sé que ahora eres tú el que siente miedo. El que quiere olvidar sin más consecuencias. El que se siente pequeño ante el resto de la gente y ante mí. Desvalido. Puede que creas que el precio a pagar ha sido demasiado alto. Y hasta me culpes siempre de ello. Pero a veces la vida es así de justa.
Hoy, después de mucho tiempo… Te digo adiós. Sin miedos, sin pena y sin sentimiento de culpa. Me despido de ti sintiéndome fuerte y segura. Sin vergüenza, orgullosa de mí misma y de todo lo que he conseguido. Por mi derecho a ser libre, a ser feliz, a ser dueña de mi cuerpo, de mis pensamientos, de mis prioridades. Siendo persona y mujer. Con la capacidad y la dignidad de explicar mi historia a quien quiera. Cuando quiera. Sin ser juzgada. Porque si ha habido que juzgar a alguien, no ha sido a mí.
Hace mucho tiempo que dejé de estar enamorada de ti, dejé de quererte y dejaste de importarme. Y como dice un refrán: “Cada palo que aguante su vela”.
Yo he conseguido perdonarme por mis propios errores, ¿Podrás hacerlo tú?
(16 de octubre del 2011)
De una forma u otra, te das por aludido. Aunque debes saber que en el mismo instante en el que se termina de leer esa frase, incluso antes, alguna de sus palabras, ya habían caducado. Ya que el “mí” forma parte del pasado. Hace mucho tiempo que dejó de serlo. Ya no formas parte de mi vida, ni yo de la tuya. Ya no puedes considerarte mío, ni yo tuya. No hay posesivos entre tú y yo. En todo caso, te has convertido en un prefijo: ex -. Y ya, ni eso. No eres nada ni nadie.
Y sí, es posible que presientas rabia y resentimiento en mis palabras. Incluso odio. Sea lo que sea, no son sentimientos positivos. Pero tengo derecho y razones para sentirme así. Y también forman parte de mi verdad. Y aunque siempre seguirán siéndolo, todos esos pensamientos poco a poco desaparecerán. Y tú, con ellos. Dejarás de ser algo; a ser una mierda, de eso; a la indiferencia y a continuación, nada. Serás como una mancha en un papel: con la distancia necesaria solo conseguiré ver un punto. Incluso llegará un momento en que ya no lo vea, solo lo intuya por el recuerdo, difuso pero real. Y cuando deje de intuirte, habrás desaparecido del todo. Solo habrá un cuaderno en blanco. En el que yo podré escribir y dibujar a mi antojo. Y colorear como me venga en gana. Que sepas que ese es un camino al que estoy por llegar. Todo a su debido tiempo. Cada vez queda menos.
Tiempo… esa es una de las palabras, que cuando te dejé más me repetía. Tiempo y más tiempo… Todo el que te dediqué. El que en ocasiones te regalaba. El que siempre, sin darme del todo cuenta, me arrebatabas. Pero que hoy, soy consciente, jamás compartimos. Porque compartir es otra cosa.
En los últimos años me he dado cuenta de que durante el tiempo que estuve contigo tú y yo no compartimos nada. Los dos estábamos en una balanza, en la que tú te sentías ligero y poderoso arriba, seguro de ver el mundo a tus pies. Y yo me quedaba abajo, cada vez más pequeña, haciendo cada vez más esfuerzos por estar a tu mismo nivel. Aunque eso era imposible. No conseguía subir a causa del peso que acarreaba a mis espaldas. Todo mi cuerpo y mi mente se llenó de ti. De tus alegrías, de tus deseos, de tus necesidades, de tu tiempo, de tu vida, de cada parte de tu cuerpo, de tu casa, de tu familia, de tus ganas, de tus pensamientos, de tus inseguridades, de tus angustias, de tus locuras, tus responsabilidades, de tu egoísmo, de tus mentiras, de tu malquerer, de tu falso amor… De tus insultos, tus humillaciones, el seguirme y perseguirme allá donde fuera, tus empujones, tus golpes, tus moratones escondidos, de violaciones a mí intimidad, de las mentiras que yo misma me creía, de las miles de lágrimas derramadas que luego guardaba para no dejar señales aparentes, de todo lo que callaba, de mi propia voz en grito silenciada hasta no poder salir. Me llené de tristeza, de angustia, de dolor, de odio, de asco, de miedos, de vergüenzas, de una inmensa soledad… Incluso estando rodeada de personas que me quieren incondicionalmente. Hasta llegar al punto de no haber ni un solo espacio para mi propia persona y dejé de ser yo misma. Aunque en ocasiones encontraba un resquicio para liberarme de ti y conseguía por unos minutos volver a ser yo y dar voz a mi garganta, después volvía a caer. Me había convertido en algo tan débil, me quedaban tan pocas fuerzas, que no era capaz de verme, ni oírme, ni sentirme. Ya ni siquiera me pertenecía.
Llegué a pensar que no saldría nunca de la espiral en la que me había metido por ti. Por quererte, por haberme dejado llevar por todo lo que había aprendido inconscientemente en mi infancia.
Cuántas veces, años antes de conocerte, me prometí a mí misma que nunca cometería los errores que había cometido mi madre. Y me creí suficientemente fuerte e inteligente para no acabar en las garras de un hombre como tú. Si de algo podía presumir era de malas experiencias que no quería volver a vivir. Que no quería en mi futuro, en mi propia vida.
No llegamos a ser conscientes de todas las cosas que podemos llegar a aprender de niños/as, hasta que nos hacemos mayores. Yo aprendí sin querer a valorarme y observarme a través de los ojos de los demás, a pensar más en los demás que en mí misma, a cuidar de otra persona a cualquier precio, a responsabilizarme de lo bueno y lo malo de las personas que había a mi alrededor y de todo lo que les ocurría, a resignarme ante un destino que no me pertenece, a justificar lo injustificable, a olvidar lo imperdonable, a callar, a obedecer incondicionalmente, a no pedir ayuda…
Pero es cierto que todo llega a su fin. Y un día ocurre algo que te supera de tal manera que no tienes más remedio que salir huyendo como sea. Y no es fácil, pero es en ese momento, todo el dolor te abre una puerta de salida. Yo tuve la suerte, de conseguir abrirla. Cuando salí, me sentí desorientada y aún sentía miedo. No quería poner nombre a lo que me había ocurrido, pero sí estaba segura de que no quería volver a subir a ese coche. Ni a tomar los mismos caminos de siempre. Ni dejar entrar en mi casa ni en mi vida a la persona que acababa de dejar detrás de mí.
Pensé que sería todo más sencillo. Solo quería olvidar y seguir adelante. Todo podría continuar siendo un secreto para el resto del mundo. Por los dos, pues en ese momento, aun me compadecía de ti y además me sentía responsable y culpable de lo que te pudiera pasar.
Qué idiota…
La realidad es que llega el momento en que cada uno debe pagar las consecuencias de sus propios actos y errores. Y poner las verdades sobre la mesa, por muy duras que sean. Y asumir lo que cada uno es. En mi caso, una mujer maltratada y en el tuyo, un maltratador. Evidentemente, lo mío, no es un delito. Lo tuyo, sí. Y es por eso que para defender mis derechos, mi dignidad y sobretodo a mí misma como mujer y como persona denuncié unos hechos, de los cuales, únicamente tú, debías hacerte responsable y pagar sus consecuencias.
Pasar por un juicio para mí tampoco fue nada fácil. Tener que recordar los malos momentos que viví a tu lado, nuestro último día juntos, lo que pasó, explicarlo ante personas que no conozco, ante tu familia y mi tía. El tener que volver a vivir que me humillaran y desacreditaran públicamente sintiendo tu presencia al lado, fue demasiado duro. Pero gracias a todo ese desagradable proceso hoy estoy lejos de ti. Hoy mi verdad es la verdad. Hoy soy quien quiero ser, tengo la vida por la que tantos años he luchado y he conseguido ser feliz.
Y tú, por más que quieras olvidar, negar lo que hiciste y evitar, a toda costa, tu propia condena, lo único que te queda es aceptarlo, asumirlo y hacerte responsable del daño que has hecho a muchas personas. Es por eso que ahora has recibido tu castigo. Porque con la vida y la integridad de otras personas no se juega. Porque no se hiere a las personas que de verdad quieres.
Sé que ahora eres tú el que siente miedo. El que quiere olvidar sin más consecuencias. El que se siente pequeño ante el resto de la gente y ante mí. Desvalido. Puede que creas que el precio a pagar ha sido demasiado alto. Y hasta me culpes siempre de ello. Pero a veces la vida es así de justa.
Hoy, después de mucho tiempo… Te digo adiós. Sin miedos, sin pena y sin sentimiento de culpa. Me despido de ti sintiéndome fuerte y segura. Sin vergüenza, orgullosa de mí misma y de todo lo que he conseguido. Por mi derecho a ser libre, a ser feliz, a ser dueña de mi cuerpo, de mis pensamientos, de mis prioridades. Siendo persona y mujer. Con la capacidad y la dignidad de explicar mi historia a quien quiera. Cuando quiera. Sin ser juzgada. Porque si ha habido que juzgar a alguien, no ha sido a mí.
Hace mucho tiempo que dejé de estar enamorada de ti, dejé de quererte y dejaste de importarme. Y como dice un refrán: “Cada palo que aguante su vela”.
Yo he conseguido perdonarme por mis propios errores, ¿Podrás hacerlo tú?
(16 de octubre del 2011)
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