Se levanta como un velo oscuro ante mí. Nunca supe decirle nada, aunque me lo pedía a gritos. Sabía con absoluta certeza que yo le pertenecía, y no tenía la más mínima intención de soltar su presa. Conocía mis recovecos más íntimos y, juntos, hacíamos una gran pareja; todos los días me fundía con ella en un abrazo solitario, íntimo y prolongado; nos contábamos nuestros problemas; la intimidad fluía tibia entre nuestros brazos. Siempre me gustó, y ella lo sabía; me tenía atrapado. No podía vivir sin su disfrute.
La NOCHE, mi dulce amada.
RIMAVI
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