LIBROTEA- EL PAÍS:
Nada, absolutamente, puede sustituir a
la sensación de viajar. Estar en un lugar lejano, paladear con la
mirada su paisaje, percibir sus olores, notar su clima en la piel e
interactuar con sus habitantes es uno de los grandes placeres de la
vida que, al menos de momento, no podemos disfrutar. Pero, si no
existe un sustituto perfecto para esa experiencia, la literatura es
el arte que nos hace vivir las sensaciones más cercanas a visitar
lugares remotos. Hasta que podamos volver a salir de casa con un
billete en la mano y una maleta en la otra, hemos seleccionado una
decena de obras que nos harán estar, al menos mentalmente, en
lugares que no están contenidos entre las paredes de nuestro hogar.
Una pareja
neoyorquina viaja al Sahara en un periplo que debería servir para
resolver sus problemas de pareja, pero que acaba siendo una
experiencia llena de peligros y, también, de lugares subyugantes y
misteriosos es el hilo de El cielo protector, de Paul Bowles,
un clásico del pasado siglo. En su trilogía de El Cairo, que
comienza con Entre dos palacios, Naguib Mahfuz nos
lleva a la capital egipcia de 1917 para, a través de la historia de
una familia de clase media, sumergirnos en la vida de la ciudad, sus
tradiciones, costumbres y las tensiones políticas y sociales del
momento. A unas décadas antes, y a un lugar mucho más lejano, nos
embarca El afinador de pianos,
la narración de un peculiar viaje a la Birmania ocupada por el
Imperio británico de finales del siglo XIX que narra de manera
vívida la vida y los paisajes de un país por entonces casi
desconocido para los ciudadanos occidentales.
Hay autores que han hecho de algunos lugares un paisaje literario
propio, dando a conocer esos parajes en los que transcurren sus obras a
miles de lectores en todo el mundo. El Corfu de Gerald Durrell es uno de
ellos, descrito con todo tipo de detalles sobre su fauna y flora en una
trilogía de obras que culmina El jardín de los dioses. De
igual forma, para muchos la Patagonia ha quedado en la memoria a través
del libro de Bruce Chawtin en el que narra un viaje de seis meses por
sus paisajes subyugantes.
Hay algunas ciudades que son especialmente literarias, hasta el punto
que los libros que se han escrito sobre ellas han ayudado a formar su
mitología. París es sin duda una de ellas, reflejada en numerosas
ocasiones y obras. Esta vez, nos quedamos en la década de los 60 y sus
reuniones de poetas y artistas con Patrick Modiano y su En el café de la juventud perdida. La Habana es otra de ellas, cuyos rincones casi podemos visualizar y sentir gracias a libros como Inventario secreto de La Habana, de Abilio Estévez, entre muchos otros.
La literatura,
además de para trasladarnos a lugares remotos, también sirve para
hacernos comprender cómo viven sus habitantes. El Kioto que nos
presenta Yasunari Kawabata es a la vez la ciudad milenaria que todos
tenemos en mente y el retrato de una sociedad cambiante, que pasa de
las tradiciones a un nuevo orden, tanto político como social. De la
misma forma, en Las muchachas de
Sanfrediano nos asomamos a la vida de
un grupo de amigas jóvenes en la Florencia de mitad del siglo XX.
Por último,
aquellos que echen de menos los viajes más extremos y el contacto
total con la naturaleza siempre pueden recurrir a Salvaje, el relato
del periplo real de Cheryl Strayed, que recorrió a pie 1800
kilómetros de la cordillera del Pacífico de los Estados Unidos en
una aventura iniciática que la transformó para siempre.